jueves, 18 de junio de 2009

Flores rojas (un cuentito de hace un tiempo ya..)


Publicado en el Jacare Digital
Por Arturo Peña
Ilustración: Charles Da Ponte


FLORES ROJAS


Despertó de golpe, abriendo inmensamente los ojos a la oscuridad. Se descubrió apretando fuerte las sábanas, como si en ese último instante, antes de saltar de forma abrupta al mundo, se hubiera sentido caer de la cama al techo. Era el sueño nuevamente, como una infección onírica que no terminaba de desaparecer.
Encendió la luz y respiró hondo durante unos segundos, tratando quizás que en cada exhalación, la imagen del sueño saliera lentamente con el aliento de su cuerpo.

(Te vi enredada en un sueño

destello de luz

Tus ojos certeros en mi frente

como un tatuaje de ausencia

Traías las flores rojas

y tantos dedos apuntando hacia mí)


Todavía faltaba para el amanecer. Apagó la luz. No ver nada, no verse, era como escapar del mundo y hasta de sí mismo.
Pasó un tiempo inmedible mientras la luz de la mañana se fue haciendo clara tras las cortinas. Ya podía ver de a poco el entramado de vigas del techo, ya podía ver sus pies saliendo por debajo de la sábana. La oscuridad lo fue abandonando lentamente, hasta dejarlo de nuevo consigo.
Se incorporó pesadamente y sentado al borde de la cama meditó sobre nada por unos minutos. Hurgó con sus dedos en su cabellera desparramada, como buscando alguna idea para arrancar la jornada, en la amarilla antesala del nuevo día, que comenzaba a levantarse tras los edificios.
El amanecer le traía recuerdos encontrados, mezclados con los de aquellas mañanas en que despertaba con ella, admirando cómo sus hombros todavía dormidos se iban iluminando de a poco. Al levantarse ella solía envolverse con las sábanas para salir de la cama, como si estar de pie aumentara su desnudez, haciendo que una niña saliera de sus formas de mujer para defender un inocente pudor tardío.
De esas mañanas tenía papeles y papeles escritos, que ella juntaba en una carpeta roja.
Pero eso no fue suficiente.


(Desperté

y la mañana había llegado

para llevarte

Quise alcanzarte, pero ya era tarde

el tiempo se había abierto

como un abismo frío y hambriento)

Encendió la tele y salió del dormitorio, dejando al hombre del informativo matinal hablando solo. Se encontró parado en medio de la pequeña sala y en algún segundo intentó ordenar todo ese caos con un simple pase de mirada. No resultó. Los diarios viejos seguían allí, el mismo polvo sobre los muebles, los mismos demonios de humedad jugando en las paredes.
Se vistió lento, como si sus ropas pesaran todos los años que tenían. Entró a la cocina y preparó café. La imagen del sueño le volvió en ese instante.
Se lanzó a las fauces del cotidiano y un quejido de bisagras le dijo adiós al salir.
Todas las puertas del piso sonaban igual: puertas que se quejaban de tanto estar entre el abrir y el cerrar. A veces se mantenía en silencio por largos minutos, en la oscuridad del dormitorio, atento a algún rechinar, como en una especie de ruleta rusa.
Ya en el mundo, caminó las cuadras de siempre, hasta la misma parada de todos los años, los mismos minutos, los automóviles, los vendedores, y el bus que lo llevaba al trabajo; el mismo que lo traía de vuelta, por las mismas calles, los mismos autos, a las mismas cuadras de vendedores, pero ya con sus sombras que se estiraban con el atardecer.
El quejido de la puerta ahora lo recibía.
Al llegar soltó sus cosas y buscó relajarse unos segundos sentado a la mesa de la cocina. Bebió un poco de café y recordó que esa mañana, en ese mismo lugar, había recordado el sueño que sabía lo volvería a visitar esa noche.


(Escapar de aquí, al olvido

¿cómo?

Quizás hecho estallido

ruido que se disuelva en silencio

O en flores rojas

marchitándose en los azulejos del baño)


Un enorme sentimiento de soledad lo asaltó en ese momento. Se levantó y fue hacia el baño. Un quejido de bisagras, como un estallido, se escuchó haciendo eco en el silencio del pasillo.

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