miércoles, 30 de noviembre de 2016

“Todos queremos volver y aportar nuestro grano de arena”

Nota con estudiantes paraguayos en Taiwán. Cobertura para La Nación de la asunción presidencial. Mayo 2016

Nota en La Nación

Alrededor de 100 estudiantes paraguayos se forman actualmente gracias a becas del gobierno taiwanés en diversas universidades de Taiwán. En nuestra visita a la isla tuvimos la oportunidad de compartir con algunos de ellos en la ciudad de Tainan, donde nos contaron sobre sus vivencias, sus luchas y sueños, todo en torno a un delicioso asado “a lo Paraguay”.




Como era un encuentro entre paraguayos no podía ser de otra forma que con un buen asado de por medio. Pero no era un encuentro cualquiera, ya que se hizo en la lejana Taiwán, donde alrededor de 100 estudiantes compatriotas se forman, becados por el gobierno taiwanés, en diferentes universidades del país asiático.

En nuestra visita a Taiwán, días atrás, tuvimos la oportunidad de visitar la ciudad de Tainan, ubicada al sur de la capital, Taipei. En el sur estudian unos 20 paraguayos y paraguayas. Algunos de ellos, como gesto de bienvenida, organizaron un encuentro en torno al tradicional asado “a lo Paraguay”. En esa amena noche pudimos compartir algunas de sus experiencias, así como los desafíos que tuvieron que enfrentar y los anhelos de retornar al país, competir y sobre todo aportar al desarrollo.

Una pequeña plaza de la ciudad fue el punto de encuentro. Unos diez paraguayos y paraguayas, además de algunos estudiantes latinos y otros locales se juntaron en torno a la parrilla portátil, donde ya el fuego esperaba los cortes de carne y los chorizos. “La carne paraguaya es por lejos mejor, pero se puede encontrar también buena carne acá. No tienen la variedad que tenemos, pero sirve para un buen asado. Nos solemos reunir de tanto en tanto, hacemos vaquitas y así compartimos. También tenemos otras actividades, como la Copa América de fútbol, donde hay equipos de toda Latinoamérica. Nosotros tenemos nuestra selección paraguaya”, cuenta Ernesto Rojas, estudiante paraguayo quien lleva cuatro años en Tainan, cursando la carrera de Marketing Management.




Nelson Scuderi, por su parte, estudia en Kaohsiung, pero vive en Tainan. Está hace dos años en Taiwán y cursa un masterado en Internacional Pacific Affairs. A la consulta de cómo va llevando la vida en Taiwán, lo primero que destaca es la solidaridad paraguaya. “Venimos al otro lado del mundo para darnos realmente cuenta de que un paraguayo siempre está para cuando necesitás. Otro ejemplo grande son los hermanos estudiantes latinoamericanos. Ellos tienen siempre la curiosidad de cómo el paraguayo puede ser tan solidario y cómo, cuando hay una reunión entre paraguayos, está el tema de sentarse en círculo para tomar tereré y hablar de lo que sea”. Ernesto agrega: “Al comienzo es difícil, muchos desafíos, culturas muy diferentes, el idioma, la comida, sobre todo para nosotros que hablamos mucho de la comida, pero nada de todas dificultades podrían haber sido subsanadas de alguna u otra manera si nosotros no teníamos el apoyo de otros paraguayos”.

En chino

Sin duda una de las barreras más importantes a vencer es el idioma. En este sentido, todos los becarios a Taiwán realizan un primer año de chino mandarín intensivo. Y hay incluso casos como el de Liliana Cárdenas, que cursa su carrera completamente en ese idioma. Liliana sigue Marketing y Logística y es también la única extranjera de su clase. Luego de casi cinco años de estudio está a punto de recibirse de licenciada. Su proyecto es volver al país. “Estoy muy contenta y orgullosa de estar llegando a la meta. Al comienzo costo un poco, como todo, pero luego una se va adaptando y hoy puedo decir que logré el objetivo, estoy a punto de recibirme y volver a Paraguay, con mi familia. La experiencia es realmente fantástica, yo le recomiendo a todos porque ayuda realmente muchísimo. He madurado muchísimo como persona”, señala.

Otros estudiantes han sentido también el rigor de vivir en una cultura distinta, además de la presión de una sociedad muy competitiva. Romina Cristaldo vino a estudiar a Taiwán desde la ciudad de Pedro Juan Caballero. Hoy se encuentra culminando el tercer año de Recursos Humanos. “En mi caso costó mucho el idioma, hasta ahora es lo que más me cuesta porque no tengo mucha ayuda de mis compañeros, muchas veces pasé materias por milagro, porque me enteré a última hora que rendía. Acá en Taiwán la competencia es brava entre compañeros y socialmente, en muchos aspectos hay mucha competencia. Pero con los años uno va a aprendiendo como valerse por sí mismo y eso facilita mucho las cosas, aprende como a vivir el día a día, dónde recurrir cuando uno necesita ayuda, en qué supermercado ir a comprar algo que te gusta o algo parecido a lo que comés en casa. Mucho tiempo estuve sola en una ciudad, así que me tocó aprender cosas por mí misma, inclusive tuve que buscar casa por internet. Al comienzo era como que había mucha presión de la universidad también, porque ellos también estaban como experimentando. Era la primera extranjera en el departamento. En mi universidad no hay extranjeros. Pero ahora ya estoy bien, ya estoy mucho mejor”.

Ser “valé”

Además de la gran solidaridad que mencionan los estudiantes, es de destacar la madurez que tienen estos jóvenes para sobresalir en una sociedad con códigos bien distintos. Liliana cree que parte de la clave está en los mismos genes: “Creo que paraguayo es ‘valé’, como se dice, como cultura somos guapos, nos vamos, preguntamos; la mayoría estamos a veces solos, en carreras totalmente en chino, entonces tenés que ir a lidiar con esas cosas y eso nos destaca a los paraguayos acá en Taiwán. Somos personas que lidiamos, que luchamos con tal de conseguir pasar la materia. Estos años de estar acá me demostraron que somos así”.




A pesar del desafío que representa, Daisy Espínola, de San Lorenzo, dice no arrepentirse de haber optado por la beca y que todo ha tenido su recompensa. “Creo que la decisión que tomé al aplicar a esta beca y aceptar esta oportunidad me abrió las puertas a muchísimas cosas, porque desde ahora tenemos como otra perspectiva de lo que queremos, y queremos mejorar nuestro país y es por eso que seguimos acá luchando”. Daisy está estudiando hace tres años Microbiología Molecular e Inmunología.

La Asociación

Encontrar esa mano guía y amiga es fundamental para cualquier estudiante que llega recién a Taiwán. Por los requisitos de la beca, los estudiantes llegan muy jóvenes (el promedio de edad de los becarios es de entre 18 y 27 años) y precisan ser ayudados en varios temas, desde los más complicados a los más básicos. Esa funciona la vienen cumpliendo en buena medida los estudiantes con más años en el país, a través de la Asociación de Estudiantes Paraguayos en Taiwán (www.apetaiwan.org).

“Al principio la beca enviaba solo a dos o tres personas, pero desde el 2005 empezó a gran escala. La Asociación surgió en el 2008 a iniciativa de los primeros becados, para dar apoyo entre los estudiantes y preocupados también por el tema del retorno, qué pasaba de nosotros una vez que retornemos al Paraguay. Incluso hay una asociación de ex becarios con la que trabajamos conjuntamente”, comenta María José Mayeregger, caacupeña, quien hace ocho años fue a Taiwán, primero para estudiar un año de chino, luego la carrera de Ciencias Políticas y Diplomáticas y luego una maestría de dos años en Negocios. Hace un año trabaja en una empresa, lo que le servirá de experiencia laboral ya que piensa retornar al país en diciembre.

Otro estudiante “veterano” es Walter Leguizamón, de Luque. El está hace siete años en Tainan, ahora terminando la maestría en Ingeniería Eléctrica, escribiendo la tesis y esperando con ansias la hora del retorno. La Asociación, cuenta Walter, “cumple un papel de nexo entre los estudiantes que estamos acá y Paraguay, para informar sobre las empresas y cómo está el campo laboral en nuestro país”. “El hecho de que tengamos una asociación es un gran logro. En Taiwán el paraguayo es muy valorado, mismo entre otros latinoamericanos, porque somos el primer país que se puso las pilas y se organizó entre estudiantes, tuvo la idea, el objetivo y lo logró, y lo seguimos logrando con cada día que mantenemos la Asociación”, agrega María José.

El retorno

Ya con sus carreras terminadas o a punto de terminar, María José y Walter nos cuentan también sobre otro gran desafío: el retorno.

“Nuestro desafío es ir a competir allá con los demás estudiantes paraguayos, nosotros vamos allá a demostrar lo que sabemos, no esperamos tener todo en bandeja sino ir a competir y demostrar la preparación que tuvimos acá. Estoy seguro que el 100% de los paraguayos acá está con ganas volver y aportar su granito de arena. Oportunidades en Taiwán siempre hay, aquí y en otro lados, de seguir estudiando o trabajando, pero como te digo, yo estoy seguro que todos tenemos ganas de ir al Paraguay. Me faltan dos meses para volver, estoy también con esa incertidumbre pero estoy emocionado de retornar e ir a aportar desde donde me toque. Yo todavía no cuento con experiencia laboral, salí a los 18 años, terminé el colegio y vine, y estoy dispuesto a pagar el derecho de piso como se dice y después ir para arriba y seguir buscando lo que quiero”.

“El miedo siempre va a estar –afirma por su parte María José-, pero también teníamos miedo al venir a enfrentar acá los desafíos, y no veo por qué en nuestra propia tierra no podamos lograrlo”.

Es un potencial enorme el que tiene el Paraguay formándose en las universidades taiwanesas gracias a las becas del gobierno asiático. No solo en el sentido de profesionales que salen con una instrucción de alto nivel. Sino también porque son jóvenes con un gran anhelo de un país mejor y que tienen al país como prioridad. Un tema recurrente, por ejemplo, es la falta de experiencia laboral, ya que los años que pasan en Taiwán son casi exclusivamente de estudio. Por ello, sería bueno que en adelante se mejoraran los canales para que estos profesionales vuelvan al país sin tanta incertidumbre, luego de haber hecho tanto esfuerzo en sus estudios.

El asado estuvo en su punto. Excelente. Nada que envidiar a los que se arman bajo las frondosos mangales en Paraguay. La noche avanzaba en esa esquina de la lejana en Tainan, y en el silencio del barrio alguna palabra en guaraní sonaba para hacer desaparecer por un momento la distancia.

lunes, 28 de noviembre de 2016

“Me gusta contar historias con mi danza”


Nota en Ideas + Palabras

La bailarina y coreógrafa Marisol Salinas estrenó en Paraguay su trabajo “El último aleteo de Andrea”, una puesta donde se sumerge en una historia cruda e intensa que remueve sus propios recuerdos. 

En diciembre de 1981, una herida enorme se abría en el corazón de Centro América. Una herida de 900 víctimas, en la piel de El Salvador. 



En plena guerra civil, el ejército salvadoreño inicia ese mes una dura ofensiva contra la guerrilla y avanza sobre las pequeñas poblaciones de El Mozote, La Joya, Jocote Amarillo, Cerro Pando y Los Toriles, en la montaña, en busca de los insurgentes. Los militares toman a los pobladores como rehenes, los torturan, los asesinan. Los cuerpos de casi mil personas desaparecen en la selva.
En medio de la sangría, una mujer escapa. Andrea Márquez huye con su hija en brazos, pero una bala furtiva alcanza a la pequeña que muere en sus brazos. Andrea pierde la cordura. Su instinto de supervivencia la mantiene con vida durante más de dos años en escondites de la selva, temerosa de sus perseguidores. Fue una de las pocas sobrevivientes de aquel genocidio.
La obra de la bailarina y coreógrafa Marisol Salinas, “El último aleteo de Andrea”, lleva a la danza la historia de Andrea Márquez. Estrenada en México en el 2015 y presentada meses atrás en El Salvador, ahora se exhibe por primera vez en Paraguay. La primera función se realizó ayer y hoy sube a escena la última, en el espacio independiente La Caósfera (Gral. Díaz 1163 e/ Hernandarias y Don Bosco, Asunción), a las 20:00 (Entrada general G. 40.000 y G. 30.000 para estudiantes).
Marisol es salvadoreña, pero lleva ya dos décadas viviendo y trabajando en Paraguay. Hablamos con ella sobre esta arriesgada puesta, sobre cómo construyó la idea y cómo esos recuerdos de su tierra la fueron llevando por un difícil sendero creativo. “Busqué enfrentar de la manera más honesta lo que yo sentía, lo que yo podía imaginar como vivencia a partir de lo que la historia me dejaba saber. Hubo momentos en que realmente me tranqué en la creación, como que avanzaba hasta cierto punto, pero había momentos en los que yo tenía que pasar a contar el terror, claro, desde mi perspectiva, que quizás no lo viví en carne propia, pero sí debía ponerme en ese lugar”, cuenta la artista.
-¿Estabas en El Salvador en diciembre del 81?
-Yo viví en El Salvador todos los años de la guerra, que terminó en el 92, en que se firmaron los acuerdos de paz. En diciembre de ese año me mudé a Paraguay.
Tuve la suerte de no vivir en una zona de guerra ,pero sí vivíamos la cotidianeidad del conflicto, sobre todo los primeros años, hasta antes que se confinaran las guerrillas a las montañas. Vivíamos en el día a día los operativos urbanos que había, de repente se desataba alguna balacera y había que salir corriendo a refugiarse, ese tipo de cosas. Además del bombardeo constante de noticias de combates, de muertes; escuchábamos las bombas en los cerros de los alrededores de la ciudad, la psicosis de la guerra, eso si lo viví.
-Habrá sido muy removedor retornar a los recuerdos y reencontrarse con el horror de la guerra
-Sí, exactamente. Uno crea mecanismos de defensa para poder seguir viviendo en esos contextos, tenés que seguir trabajando, estudiando, criando a tus hijos… Y además, por otro lado, la desinformación era tal que, por ejemplo, nosotros que vivíamos en la ciudad no conocimos en su momento lo que ocurrió en El Mozote, una matanza que el gobierno negó incluso hasta hace poco. Nosotros nos enteramos por rumores. Hay muchas cosas que ahora recién puedo dimensionar, ahora que me he puesto a hacer este trabajo, que me he puesto a leer testimonios, recuentos periodísticos. Ahí te das cuenta de todo lo que estaba aconteciendo a tu alrededor y se te vuelve a mover el alma, tus sentimientos. Te volvés a aterrorizar.
-¿Cómo se administra todo eso para plasmarlo a través de la danza?
-Y creo que como no se trata de sentarse a contarlo sino dejar que el cuerpo cuente, yo creo que ha sido realmente sanador, porque toda esa marea de emociones que te vienen cuando lees la historia, es dejarla pasar por el cuerpo y que se exprese a través del cuerpo. Es ese momento maravilloso para uno que es bailarín, de dejar que tu cuerpo sea recipiente y sea canal, que pase por vos y así contarlo al público.
Cuando estuve en El Salvador y hablé con mujeres sobrevivientes, el contarlo, o sea, la palabra, era algo sanador para ellas. Y yo decía, esa palabra que nos llega a nosotros, canalizarla a través del cuerpo y devolvérselo a ellas, a toda esa gente, es un regalo.
-Hacer la obra en El Salvador fue como cerrar un círculo
-Para mi sí. Es como que me debía esto, con mi gente y conmigo misma. Poder hablar desde lo que hago, desde mi lenguaje de la danza, contar el dolor que vivimos y poder devolverlo. Porque de ese momento de salir de El Salvador y esa desconexión creo que me di cuenta lo que me pesaba solo dos décadas después.
-Contar una historia así ¿se hace a través de alguna técnica en particular?
-Obviamente que hecho mano de todo mi bagaje en la danza y también de experiencias en el teatro, pero para este trabajo en particular ha sido uno de esos momentos en que he dejado que todo eso que está dentro de mí, todo ese aprendizaje técnico, todas esas experiencias, toda esa amalgama simplemente surja. Es más, a mí me cuesta decir que este es un trabajo de danza, porque no hay en este trabajo formas de danza. Es como que tuve que destruir la forma de la danza para poder expresar de manera honesta lo que para mi tenía que expresar.
-¿Es una de tus puestas más difíciles?
-Creo que sí, porque me conflictuó mucho el hecho de canalizar esa emoción. No quería que fuera una cosa condolida pero sí quería honestamente poner ahí mi punto de vista sobre esa historia, lo que yo imaginaba era la vivencia de Andrea Márquez, y mostrarla con respeto por la persona de ella, por sus familiares, que todavía viven; de hecho yo fui a presentar la obra en el lugar donde ella vivió también. Busqué cómo mostrarla a ella en su historia con dignidad. Había muchas cosas que sopesar, además de ser honesta conmigo misma. Todo eso fue muy complejo.
-¿Cómo vas encontrando los temas de tus trabajos?
-A mí me gusta contar historias con mi danza, pero es un gusto particular. Es una necesidad mía. En general yo digo que mis temas se ven influenciados por la literatura de alguna manera, ya que siempre me gustó la literatura. Por un período largo de tiempo todas mis inspiraciones venían de la literatura, de la poesía, de la narrativa. Cuando estábamos con Cuerpo Presente, el grupo que formé aquí con Edith Correa y Mirta Insaurralde en los años 90, hicimos por ejemplo “Amarillo Sur”, que estaba inspirada en una novela de Gioconda Belli, “La mujer habitada”; después hicimos “Verde que te quiero verde”, inspirada en los poemas de García Lorca, y más recientemente hice “Hay detrás un fulgor”, sobre los cuentos de Gabriel Casaccia. Y como que muy frecuentemente mi inspiración viene desde ahí, desde la literatura.
Pero en este caso, tanto en el “Último aleteo de Andrea” como “Guindas”, mi anterior obra, surgió la necesidad de contar una historia que era pertinente volver a sacarla ahora en El Salvador; la gente como que está sintiendo la necesidad de traer de nuevo las historias de la guerra, de sanar. Al fin se puede hablar de esos temas en mi tierra, se acaba de derogar la ley de amnistía que estaba todavía protegiendo a los criminales de guerra. Uno siempre parte de su contexto. Yo siempre me afecté por mi contexto histórico, no lo puedo evitar.
-Estás hace más de 20 años en Paraguay; cuando llegaste ¿cómo te integraste al medio?
-Como mi marido es paraguayo, él me conectó con mucha gente. Empecé a tomar clases con el Ballet Nacional y ahí comencé a conocer gente, a vincularme con algunos coreógrafos, empecé a tomar clases con varios maestros. No tardé mucho en conectarme. En el 93 ya bailé algunas coreografías con Agustín Alfaro, un maestro chileno que era del Ballet Nacional; en el 94 formamos Haiku Teatro, luego formamos Cuerpo Presente, que activó por cinco años consecutivos y ahí hicimos toda clase de espectáculos. En el 2000 surge la oportunidad de ir a vivir un tiempo fuera, a los EEUU. A los cuatro años regresé y ahí empecé prácticamente mi carrera como solista.
-En ese momento te formaste en una técnica especial
-Sí, estando en los EEUU me formé en una técnica llamada Skinner Releasing Technique, que es una técnica de movimiento y que me cambió bastante la visión de la danza y sobre todo del cuerpo en la danza. Gracias a estas técnicas que ven al cuerpo y a la mente como un todo y conectado con el universo, me es permitido reciclar, dejar que entren esas historias y que vuelvan a salir en algo positivo. Se enseña sobre todo en EEUU y Europa y creo que hasta el momento soy la única latinoamericana que está certificada en esta técnica.
-Estas últimas dos décadas marcan la evolución en muchas artes en Paraguay, pero ¿cómo ves a la danza en particular?
-Yo llegué en el 92, cuatro años después de que había caído Stroessner y de hecho cuando llegué, la danza contemporánea estaba ya siendo conocida, aunque por muy poca gente, era una especie de gueto la gente que hacía danza contemporánea. Creo que la principal evolución que yo he visto desde entonces es la cantidad de bailarines con excelente técnica que surgen. Desde Bellas Artes, por ejemplo, han salido bailarines muy buenos, en los ocho años que yo he estado, he visto por lo menos tres generaciones de bailarines muy buenos, pero no solo acá, sino también en varias otras académicas. El material humano de la danza ha crecido en calidad y cantidad.
Creo que la falencia que todavía estamos teniendo en el medio es cómo absorbemos todo ese material humano que está surgiendo de las escuelas. Elencos de danza clásica hay, pero prácticamente no hay de danza contemporánea que estén absorbiendo esa gente; eso, por un lado, y por otro, hace falta la formación en coreografía, hace falta formar coreógrafos, porque todavía vemos mucha danza que repite patrones. Falta todavía ver una danza que se arriesgue, una danza de riesgo temático, que rompa patrones, que se anime a romper con el gusto del público. El público paraguayo tiene todavía un gusto bastante tradicional y falta el riesgo de romper con eso. Y eso no se va a dar mientras los bailarines sean solo bailarines y salten de la nada a ser coreógrafos, sino que mediante una formación profunda. Y yo creo que va a haber algo.
BIO
Marisol Salinas es coreógrafa, intérprete y docente de danza; originaria de El Salvador y residente en Paraguay desde 1992. Es Licenciada en Letras por la Universidad de El Salvador. Se formó en técnicas clásica y contemporánea en El Salvador, Teatro Primigenio en Paraguay y en Skinner Releasing Technique en Estados Unidos y Gran Bretaña (maestra certificada en esta técnica; Seattle, 2004). Obtuvo su certificación como maestra de Open Source Forms (Seattle, 2014). Realiza presentaciones a nivel independiente, tanto de forma individual como colectiva; esto último con el grupo de performance multidisciplinaria Maino’i Colectivo Escénico, del cual es miembro fundadora (2007). Fue profesora del Departamento de Danza del Instituto Superior de Bellas Artes en Asunción (ISBA), donde fue parte del equipo elaborador del plan de Licenciatura en Danza e impartió varias asignaturas (2007-2015). Durante dicho período también fue una de las coreógrafas permanentes de la Compañía Juvenil de Danza del ISBA. Fue directora del Ballet Nacional de Paraguay (2012). Se desempeñó como coordinadora pedagógica del proyecto de inclusión social Senderos del Movimiento (2008-2009). Fue bailarina invitada del Ballet Nacional del Paraguay (1997); cofundadora y codirectora de las agrupaciones de danza-teatro Haiku Teatro (1994-95), y Cuerpo Presente (1995-2004). En coautoría con Mirta Insaurralde, obtuvo el 2º lugar en el Concurso Coreográfico Presidencia de la República, con la coreografía “Sinfonía Mínima” (1997). En El Salvador, fue miembro de Ballet de El Salvador (1980-1983) y de Evolución Danza Contemporánea (1987-1989).

Las máscaras que se burlan del miedo

El kamba ra’anga, el guaikuru, la máscara, el fuego, elementos que vienen de tiempos remotos y llegan a nuestros días en forma de festividades, con una invalorable carga de historia y tradición. Un libro de Carlos Colombino estudia esta llamativa expresión cultural. Por Arturo Peña. Agradecimientos al Centro de Artes Visuales Museo del Barro y a Fernando Allen.

Del 28 al 30 de junio, en la localidad de Itaguazú, en Altos, departamento de Cordillera, se realiza la fiesta patronal en honor a San Pedro y San Pablo y la tradicional fiesta del kamba ra’anga, una colorida y antigua manifestación cultural donde las figuras del kamba, el indio guaikuru, el fuego y otros elementos se conjugan en una suerte de puesta teatral popular.
“El kamba ra’anga es una creación de la época colonial –para precisar, del siglo XVII–, en el Paraguay. Personaje que recuerda a ‘un sujeto legendario de la historia del hombres’ (González, 1984.46) que se presenta disfrazado de negro, con trapos y ropas viejas, a veces con vestidos femeninos, llevando el rostro cubierto con una máscara y que forma parte de la representación de una especie teatral o fiesta, semejante a los autos sacramentales del medioevo, llamada rúa”, señala en este sentido un texto fundamental para la interpretación de esta celebración, el libro “Kamba Ra’anga. Las últimas máscaras”, del arquitecto Carlos Colombino, publicado por el Museo del Barro en 1989, hoy nos sirve de fuente.
En la actualidad las representaciones de la rúa y sus pintorescos personajes, donde las máscaras y otros elementos son comunes, se realizan en torno a fiestas religiosas y populares en localidades de Altos, Tobatí, Emboscada y Villlarrica.

Referencias

Una de las primeras referencias al kamba ra’anga se remonta a 1697, cuando en un escrito aparece por primera vez la frase “figura de negro”, la traducción al castellano de “kamba ra’anga”. Colombino acota que para aquella época ya había esclavos africanos instalados en Asunción, traídos especialmente para el trabajo doméstico. Otra es de 1795. Un cronista de la época, Aguirre, presenció una de las rúas de Asunción, que “constaron de kamba ra’anga, guaikuru, turcos y húngaros, quienes aparecieron en ese orden. Los kamba ra’anga venían adelante, disfrazados de negros, ‘encaratulados, con invenciones y expresiones ridículas’”, según transcribe Colombino. Acota que podría tratarse no solo de negros, sino de mestizos y blancos vestidos de negros: “Aquí se trataría de una subjetivación del negro; posiblemente de otro negro. Al parecer los esclavos negros no son responsables de esta evocación”, afirma.
En el siglo XVII –sigue explicando Colombino–, un enemigo importante nace para el mestizo y el guaraní en el Paraguay; “son los bandeirantes, mezcla de mulatos, negros, mamelucos, portugueses e indios tupí, seres de fortaleza física (…) Este grupo pudo haberse convertido por el hombre guaraní-paraguayo en un personaje: el kamba ra’anga”. “Al evocarlo, nombrarlo o construirlo en una imagen, se intenta una catarsis colectiva; al encarnarlo, de alguna forma, se lo destruye o se lo sublima; se espanta el miedo, al reducirlo a juego, a través de la simulación del peligro: la amenaza incita a un miedo ficticio, un miedo que puede divertir, incluso”, agrega en otro párrafo. Pero esta hipótesis no excluye, sin embargo, otros contenidos inmersos en el extraño kamba, aclara también el investigador.
El Dr. Francia censura las manifestaciones populares. Prohíbe el uso de las máscaras características de los kamba ra’anga, lo que probablemente haya afectado la difusión de las rúas durante la dictadura. En el periódico El Cabichu’i, editador durante la Guerra de la Triple Alianza, comienzan a aparecer “elementos caricaturescos que los grabadores imponen a las figuras representan. A partir de estas ilustraciones, se puede emparentar, por primera vez, estos dibujos mascariles con las caretas de los kamba ra’anga que han llegado hasta nosotros”. En los textos del Cabichu’í, la palabra kamba se extiende también a todos los aliados, es decir, a todos los considerados enemigos. El antropólogo Cadogan –cita Colombino en su obra– vuelve a registrar una rúa, más dde 100 años después de la referencia de Aguirre. Se realiza en Villarrica, en 1938.

Las máscaras

Para Colombino, una de las representaciones más vivas que llegan hasta hoy es la de la compañía Itaguazú. “En ella pueden verse a los kamba ra’anga luciendo ese aspecto extraño y agresivo con sus características máscaras de madera”, señala. “La protección que ofrece la máscara todo hace posible; se cataliza el sentido de la fiesta; produce una ruptura de roles. Un kamba ra’anga se permite piropear a un hombre. También puede convertirse en locutor y recordar, subido en una tarima, hechos que pueden abarcar temas políticos o cotidianos. La máscara, al romper el rol individual, ayuda abandonar, a cambiar de personalidad”, explica el libro.
Las máscaras se fabrican sobre todo en Altos y Tobatí, en maderas blandas como el timbó y el curupy ra’y, y representan sobre todo imágenes con facciones negroides, viejos, animales y monstruos. “El triángulo formado por Emboscada, Altos y Tobatí, área ocupada también por negros e indígenas y donde se dan estas máscaras con mayor énfasis, recuerda con ellas la historia del mestizaje y el aporte de ambas vertientes que se hallaba diluido ‘en la corriente común de la cultura popular’ paraguaya”, señala Colombino citando también un estudio de Josefina Plá.
Muchos elementos más componen estas fiestas tradicionales. Incluso, hay características que son particulares de algunas localidades. Sin duda, un atractivo cultural de gran valor que merece ser preservado, conocido y reconocido en su justa medida.