lunes, 28 de noviembre de 2016

Las máscaras que se burlan del miedo

El kamba ra’anga, el guaikuru, la máscara, el fuego, elementos que vienen de tiempos remotos y llegan a nuestros días en forma de festividades, con una invalorable carga de historia y tradición. Un libro de Carlos Colombino estudia esta llamativa expresión cultural. Por Arturo Peña. Agradecimientos al Centro de Artes Visuales Museo del Barro y a Fernando Allen.

Del 28 al 30 de junio, en la localidad de Itaguazú, en Altos, departamento de Cordillera, se realiza la fiesta patronal en honor a San Pedro y San Pablo y la tradicional fiesta del kamba ra’anga, una colorida y antigua manifestación cultural donde las figuras del kamba, el indio guaikuru, el fuego y otros elementos se conjugan en una suerte de puesta teatral popular.
“El kamba ra’anga es una creación de la época colonial –para precisar, del siglo XVII–, en el Paraguay. Personaje que recuerda a ‘un sujeto legendario de la historia del hombres’ (González, 1984.46) que se presenta disfrazado de negro, con trapos y ropas viejas, a veces con vestidos femeninos, llevando el rostro cubierto con una máscara y que forma parte de la representación de una especie teatral o fiesta, semejante a los autos sacramentales del medioevo, llamada rúa”, señala en este sentido un texto fundamental para la interpretación de esta celebración, el libro “Kamba Ra’anga. Las últimas máscaras”, del arquitecto Carlos Colombino, publicado por el Museo del Barro en 1989, hoy nos sirve de fuente.
En la actualidad las representaciones de la rúa y sus pintorescos personajes, donde las máscaras y otros elementos son comunes, se realizan en torno a fiestas religiosas y populares en localidades de Altos, Tobatí, Emboscada y Villlarrica.

Referencias

Una de las primeras referencias al kamba ra’anga se remonta a 1697, cuando en un escrito aparece por primera vez la frase “figura de negro”, la traducción al castellano de “kamba ra’anga”. Colombino acota que para aquella época ya había esclavos africanos instalados en Asunción, traídos especialmente para el trabajo doméstico. Otra es de 1795. Un cronista de la época, Aguirre, presenció una de las rúas de Asunción, que “constaron de kamba ra’anga, guaikuru, turcos y húngaros, quienes aparecieron en ese orden. Los kamba ra’anga venían adelante, disfrazados de negros, ‘encaratulados, con invenciones y expresiones ridículas’”, según transcribe Colombino. Acota que podría tratarse no solo de negros, sino de mestizos y blancos vestidos de negros: “Aquí se trataría de una subjetivación del negro; posiblemente de otro negro. Al parecer los esclavos negros no son responsables de esta evocación”, afirma.
En el siglo XVII –sigue explicando Colombino–, un enemigo importante nace para el mestizo y el guaraní en el Paraguay; “son los bandeirantes, mezcla de mulatos, negros, mamelucos, portugueses e indios tupí, seres de fortaleza física (…) Este grupo pudo haberse convertido por el hombre guaraní-paraguayo en un personaje: el kamba ra’anga”. “Al evocarlo, nombrarlo o construirlo en una imagen, se intenta una catarsis colectiva; al encarnarlo, de alguna forma, se lo destruye o se lo sublima; se espanta el miedo, al reducirlo a juego, a través de la simulación del peligro: la amenaza incita a un miedo ficticio, un miedo que puede divertir, incluso”, agrega en otro párrafo. Pero esta hipótesis no excluye, sin embargo, otros contenidos inmersos en el extraño kamba, aclara también el investigador.
El Dr. Francia censura las manifestaciones populares. Prohíbe el uso de las máscaras características de los kamba ra’anga, lo que probablemente haya afectado la difusión de las rúas durante la dictadura. En el periódico El Cabichu’i, editador durante la Guerra de la Triple Alianza, comienzan a aparecer “elementos caricaturescos que los grabadores imponen a las figuras representan. A partir de estas ilustraciones, se puede emparentar, por primera vez, estos dibujos mascariles con las caretas de los kamba ra’anga que han llegado hasta nosotros”. En los textos del Cabichu’í, la palabra kamba se extiende también a todos los aliados, es decir, a todos los considerados enemigos. El antropólogo Cadogan –cita Colombino en su obra– vuelve a registrar una rúa, más dde 100 años después de la referencia de Aguirre. Se realiza en Villarrica, en 1938.

Las máscaras

Para Colombino, una de las representaciones más vivas que llegan hasta hoy es la de la compañía Itaguazú. “En ella pueden verse a los kamba ra’anga luciendo ese aspecto extraño y agresivo con sus características máscaras de madera”, señala. “La protección que ofrece la máscara todo hace posible; se cataliza el sentido de la fiesta; produce una ruptura de roles. Un kamba ra’anga se permite piropear a un hombre. También puede convertirse en locutor y recordar, subido en una tarima, hechos que pueden abarcar temas políticos o cotidianos. La máscara, al romper el rol individual, ayuda abandonar, a cambiar de personalidad”, explica el libro.
Las máscaras se fabrican sobre todo en Altos y Tobatí, en maderas blandas como el timbó y el curupy ra’y, y representan sobre todo imágenes con facciones negroides, viejos, animales y monstruos. “El triángulo formado por Emboscada, Altos y Tobatí, área ocupada también por negros e indígenas y donde se dan estas máscaras con mayor énfasis, recuerda con ellas la historia del mestizaje y el aporte de ambas vertientes que se hallaba diluido ‘en la corriente común de la cultura popular’ paraguaya”, señala Colombino citando también un estudio de Josefina Plá.
Muchos elementos más componen estas fiestas tradicionales. Incluso, hay características que son particulares de algunas localidades. Sin duda, un atractivo cultural de gran valor que merece ser preservado, conocido y reconocido en su justa medida.

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